viernes, 7 de junio de 2013

MÉJICO ESTÁ CONSAGRADO AL SAGRADO CORAZÓN DE CRISTO REY




En 1913, el Episcopado Mejicano solicitó a Su Santidad el Papa Pío X la idea de hacer una proclamación solemne del reinado de Cristo en Méjico; de coronar la Imagen del Sagrado Corazón en señal de sumisión y humilde vasallaje a Cristo Rey.

Su Santidad Pío X -canonizado Santo, por Pío XII en 1954- acogió benignamente la súplica de los obispos Mejicanos y les contestó con el Breve “Consilum Aperuistis” en el cual, respecto a las insignias, de la realeza con que habían de decorar las imágenes del Corazón de Jesús, les advierte lo siguiente: 

“Que la Corona y el Cetro habían de ponerse a los pies de la imagen y no en la cabeza y manos de la misma, para que así se expresara la idea de Cristo Rey y Señor de los que dominan. Desde hace mucho tiempo, con grande solicitud hemos considerado a vuestra nación y vuestros asuntos, perturbados por grandes desórdenes, y bien sabemos que, para conservar y sostener la salud y la paz de los pueblos, es de todo necesario conducir a los hombres a este puerto de salvación, a este sagrario de la paz que Dios, por su infinita benignidad se dignó abrir al humano linaje, en el corazón augusto de Cristo Su Hijo, que de ese corazón brote para vosotros, venerables hermanos, y para vuestra nación entera, agitada rudamente por incesantes discordias, La Gracia que habéis menester para la salvación eterna, y la paz, que como fuente inagotable de todos los bienes , anhelan a una voz vuestros conciudadanos” La carta estaba firmada el 12 de noviembre de 1913, en el Vaticano…. 

“Esta es la primera vez en la Historia que se hace esta petición a la Santa Sede, por lo que constituye para Méjico, un timbre de gloria.” Escribió el Padre Roberto Ornelas en: “Bosquejo histórico de la devoción a Cristo Rey en Méjico” Cuautla, Mor. 1939. P.G. (Tomado del artículo de Luis Ozden)

El 11 de enero de 1914 en una misa pontifical en la catedral de Méjico se realizó la deseada consagración, y mientras el Arzobispo de Méjico depositaba a los pies de la imagen las insignias reales, los jóvenes presentes empezaron a gritar: ¡Viva Cristo Rey! Esta Consagración se hizo con la fórmula de Consagración del papa León XIII. Pero Méjico renovó su consagración durante el Congreso Eucarístico de 1924 con una fórmula especial para el pueblo Mejicano.

Este Congreso tuvo lugar del 5 al 11 de octubre de 1924. Compartiremos, en honor del Rey de Nuestra Patria, las siguientes intervenciones de dos de los participantes en ese glorioso Congreso que atrajo la ira del Gobierno:

En el sermón de Mons. Luis María Martínez, entonces obispo auxiliar de Morelia, pronunciado el 11 de octubre de 1924 , iniciaba explicando:

“Por un designio felicísimo se han reunido en un mismo entusiasmo, en una misma explosión de piedad, en un mismo cántico de gloria, tres misterios cristianos: el Espíritu Santo, a quien se consagró la nación Mejicana al inaugurarse el Congreso; la divina Eucaristía, y el Corazón Sacratísimo de Jesús, a quien va a consagrarse Méjico en la presente solemnidad”. Más adelante explicaba que “Jesucristo es Rey de las naciones como es Rey de los individuos. Su corazón las ama, su mano vierte en ellas dones peculiares para que puedan cumplir sobre la tierra la misión providencial que tiene asignada… Para el cristianismo la nación ocupa un lugar en el Corazón de Dios, recibe de Él los dones especiales para que pueda cumplir la misión providencial que le ha sido designada, misión que siempre consiste en servir a Cristo, porque Él recibió en herencia todas las naciones de la tierra. Y por eso a las naciones como a los individuos Jesús les hizo el don inestimables de la Eucaristía: también para las naciones como para los individuos la Eucaristía es el compendio de todas las maravillas de Dios”.

        “En efecto, cuando Jesús vino a la tierra, la tierra se estremeció de gozo: parece que las criaturas todas sintieron el inefable influjo de su divina Persona y todas vinieron a rendirle pleito homenaje, la luz nimbó la cabeza, el viento acarició su frente, las flores lo envolvieron con sus perfumes; los cristales del Tiberiades copiaron su figura celestial. ¡Dichosa, dichosa aquella tierra lejana, que parece conservar, después de siglos, el perfume de Jesús que pasó por ella! ¡Bendito mil veces aquel rincón de la tierra que conoció a su Rey y que puede decir a todos los siglos: “Por aquí pasó”. “Nosotros que estamos alejados de aquella tierra bendita por dos océanos, que estamos alejados de Jesús por veinte siglos, nosotros ¿no gozaremos de la regia presencia de Cristo? ¿Nosotros no podremos decir como la afortunada Palestina: “Por aquí pasó”? ¿Jesús será para nosotros un recuerdo muy dulce, muy santo, pero un recuerdo nada más? ¡Ah! ¡No! ¡Jesús ama a nuestra Patria, y porque la ama, yo estoy cierto que pensó en ella sobre la mesa del Cenáculo: pensó en los océanos que la arrullan con su grito formidables: pensó en nuestras cordilleras que se levantan gigantescas sobre nuestro suelo riquísimo; pensó en nuestras campiñas floridas, en nuestros hondos barrancos, en nuestro Tepeyac, -sobre todo en nuestro Tepeyac-, el trono de la Virgen María y el corazón de nuestra Patria!... Y quiso Jesús venir a tomar posesión de esta Patria querida, y se abrieron los labios, y pronunció la palabra de amor… Y los siglos volaron y un día la tierra de Méjico se estremeció al contacto de su Rey y Señor, de Jesús. Vino Él, puso aquí su tabernáculo entre nosotros, y pasó por nuestros campos, y subió a nuestras montañas, y vivió nuestra historia, -si me permitís la expresión-, como un ciudadano Mejicano, o más bien, como un Rey de este pueblo que le pertenece y que le ama”. Continuó eplicando de qué manera Méjico era un pueblo eucarístico y mariano y finalizaba diciendo: “Yo no se lo que en el futuro nos depare tu justicia y tu misericordia; pero yo te aseguro, ¡Oh Jesús dulcísimo! ¡oh Jesús victorioso! Que sobre el suelo de nuestra Patria, próspera y desdichada, siempre se erguirán dos tronos: el trono tuyo y el trono de la Virgen María, y que nada ni nadie podrá arrebatar de ellos los dones nacionales: la Corona de la reina y la Custodia de la Eucaristía!”.

El Licenciado Miguel Palomar y Vizcarra, Caballero de la Orden de San Gregorio, dijo acertadamente:

La amada patria Mejicana que se debate, dolorida y moribunda desde hace largos años exige de vosotros no solamente comuniones. Pide y exige que tengamos el valor de reconocer que pesa sobre nosotros, los católicos Mejicanos, el cumplimiento de un deber rico en amarguras y en pruebas dolorosísimas y de tal importancia, que si no tenemos la entereza de conocerlo y de practicarlo, no sabremos ser católicos de verdad, de nuestros tiempos, y continuaremos dando el tristísimo espectáculo de hacer creer que nuestra religión es religión de menguados que temen la lucha y no aman la libertad.”

Y más adelante:

¡Sí, oh Cristo!...Creemos que la eficacia de tu doctrina y la gracia de tu sacramento de amor, transformarán el corazón de los hombres que sabrán tener conciencia de sus deberes de hombres, de caballeros y de cristianos, y lucharán denodados contra la desorganización social y por el triunfo de la libertad…
 “…Pero tú dijiste a tu sierva Teresa de Jesús que una había sido tu voluntad y otra la de los hombres y se hizo lo que ellos quisieron y no lo que tú quisiste.
  ¿Será así en esta nación? ¡No lo permitas…! Pero si tan negros son nuestros destinos, si Méjico ha de apostatar, si los Mejicanos estamos destinados a ser esclavos, ¡oh, entonces, Cristo Omnipotente, enciende las iras dormidas del Popocatépetl y el Ixtlacíhuatl, las entrañas de nuestras cordilleras gigantescas, y en espantoso cataclismo desaparezca nuestra patria, no sólo del faz de la tierra, sino hasta de la memoria de los hombres!”