lunes, 3 de diciembre de 2012

PROFESIÓN DE FE CATÓLICA DEL PADRE JEAN DE MORGON.





El Padre Jean es el autor de la Carta que fue filtrada en el 2009 luego de su oposición a los deseos de Monseñor Fellay de reunirse con Roma.
Me han comunicado esta profesión de fe de este mismo Padre Jean que es Capuchino de Morgon. Lo ha hecho a guisa de sermón el 21 de octubre pasado para inaugurar a su manera “el año de la fe” promovido por Benedicto XVI.
Aunque somos simples fieles, deberíamos hacerla también porque nosotros tenemos el mismo combate por la defensa de la fe católica.

Cita :

Domingo 21 de octubre de 2012.

PROFESION DE FE CATOLICA DEL PADRE JEAN


I  PREAMBULO

1) En vista de la presente situación, en el 50 aniversario de apertura del Concilio Vaticano II en el que el Papa Benedicto XVI acaba de inaugurar un “año de la fe”, “consagrado a la profesión de la fe y a su justa interpretación”, y en el cual se incita a los fieles al estudio indulgenciado de las actas del Concilio y a los artículos del nuevo catecismo; este concilio del cual el cardenal Ratzinger escribió 30 años después: “Un abismo corta a la Iglesia entre dos mundos irreconciliables: el mundo preconciliar y el mundo posconciliar” (“Un canto nuevo para el Señor”, Desclée-Mame, 1995, pág. 174)

2) Vista la reciente declaración difundida por el Prefecto de la Congregación de la Fe, Monseñor Müller, quien no ha abjurado verdaderamente de sus errores (por no decir herejías) sobre la Transubstanciación, la Virginidad de María y la pertenencia de los protestantes en la Iglesia, que acusó a los sacerdotes y fieles de la Tradición de estar afuera de la Fe católica afirmando: “Nosotros no podemos abandonar la fe católica en estas negociaciones (con la FSSPX)”. (Entrevista a NDR, 06-10-2012).

3) Vistas las exhortaciones categóricas de los Apóstoles en materia de intransigencia doctrinal, no solamente la obligación de conservar integralmente el depósito de la fe transmitida (1 Ti. 6, 20; 2 Juan, 9), sino también de desconfiar de los falsos doctores (Hechos 20, 29; 2 Pedro 2,1), de anatemizar a aquellos que enseñan una doctrina divergente (Gal. 1, 9; 2 Juan 10), hasta resistir a la cara a las altas autoridades que ya no caminan rectamente en la fe (Gal. 2,11)

4) Vistas las profecías dignas de fe que nos han anunciado una apostasía general de la fe en los últimos tiempos de la Iglesia: profecías bíblicas en particular de Nuestro Señor Jesucristo (Lc 18,8) y de el Apóstol (1 Tim 4,1; 2 Tim 3, 1-8) y las profecías de Nuestra Señora en sus apariciones que han sido reconocidas como auténticas por la Iglesia (Quito, La Salette, Fátima); profecías confirmadas por los Papas del siglo XX deplorando la apostasía oficial de las naciones católicas hasta el Vaticano II, los cuales las han alentado.

5) Vista la ley constante e intangible de la Iglesia, que prescribe que « los fieles a Jesucristo deben profesar abiertamente (aperte profiteri tenentur) la fe en toda circunstancia en la cual su silencio, su tergiversación o su comportamiento implicaría la negación implícita de la Fe, el desprecio de la religión, la injuria hecha a Dios o el escándalo del prójimo” (Código de 1917, canon 1325 § 1).

6) Vistas las exhortaciones oportunas de nuestros veteranos en el combate actual por la defensa de la fe contra los neo-modernistas, como Monseñor Lefebvre : « Nosotros debemos combatir contra las ideas que están actualmente en boga en Roma y que están en la boca del Papa y de la de Ratzinger…” (Conferencia en Ecône, 06-09-1990; Fideliter N°87 pág.3); como Monseñor De Castro Mayer: “ser fieles a la misión que Dios nos ha confiado, de resistir al modernismo reinante” (Declaración en las consagraciones, 30-06-1988; Fideliter n° 64 pág.9) o como el padre Calmel: “Confesar la fe de cara a las autoridades modernistas, es rehusarse a cualquier equívoco, tanto en los ritos como en la doctrina” (“Breve apología”… Itinerarios, N° 316, pág.76).

7) Vistas las divergencias graves e inevitables en materia de fe, constatadas en las últimas discusiones doctrinales en Roma entre los teólogos conciliares y los de la Tradición católica, divergencias ya expresadas en substancia por Monseñor Lefebvre en su Manifiesto episcopal (21-11- 1983) y largamente expuestas en nuestros cursos del seminarios, congresos teológicos, artículos doctrinales, círculos de estudio y predicaciones a los fieles.


II  PROFESION DE FE CATOLICA.

En la situación actual, y en consideración de lo que acabo de exponer arriba, como sacerdote católico, a pesar de mi indignidad, que me sea permitido en este día, y en presencia de los fieles que tienen un derecho estricto de conocer exactamente cuál es la Fe íntima de aquellos quienes les predican, reafirmar públicamente lo que sigue:

1) Yo renuevo, y hasta la muerte, la profesión pública de fe hecha por mi padrino y mi madrina el día de mi bautizo, y de mi propia iniciativa doce años después en mi comunión solemne.

2) Yo renuevo, y hasta mi muerte, la profesión de fe tridentina y el juramento antimodernista que he jurado públicamente con la mano sobre el Evangelio, y ante el Santísimo Sacramento antes de recibir la ordenación sacerdotal.

3) Yo profeso hasta mi muerte, el Símbolo de los Apóstoles recitado cada domingo en la Misa, así como el Símbolo llamado de San Atanasio que la Iglesia hace recitar a sus consagrados cada domingo en el breviario antes del Concilio.

4) Yo profeso, hasta mi muerte, todos y cada uno de los dogmas definidos de la fe católica y romana, así como todas y cada una de las verdades de la doctrina católica, definidas como tales por el conjunto de teólogos (cf Denz.2880) antes del último concilio, verdades cuyas negación implicaría un pecado de temeridad en contra de la fe.

5) Yo profeso para siempre todas las verdades que han sido atacadas en la historia de la Iglesia, y rechazo todos los errores opuestos que han sido duramente censurados por el Magisterio de los Papas, los concilios y las congregaciones romanas.

6) Yo profeso para toda mi vida, la doctrina segura y tradicional expuesta en los catecismos del concilio de Trento y de San Pio X, así como todo otro catecismo anterior al Vaticano II, que la reproduzca fiel e integralmente.

7) Finalmente, yo profeso y quiero profesar hasta mi último suspiro la fe de los Padres y los Doctores de la Iglesia, transmitida fielmente por el Magisterio de los Papas y de los Concilios, como una formulación cierta y fijada de una vez por todas, de la Verdad absoluta que no evolucionaría con el tiempo en su substancia.

III  PROFESION DE FE EN CONTRA DE LOS ERRRORES ACTUALES.

El deber principal de todo sacerdote no es solamente el de profesar y enseñar la verdadera fe católica, sino también de defenderla frente a sus enemigos, cualquiera que ellos sean, en consecuencia:

 1)Yo profeso la definición tradicional y católica de la fe, es decir, que ella es una virtud sobrenatural, un don gratuito de Dios por el cual toda mi alma, inteligencia y voluntad, se somete a toda la verdad revelada por Dios y transmitida por su única Iglesia, que no puede ni engañarse ni engañarme.

Del mismo modo, yo condeno y rechazo la doctrina meo-modernista que presenta a la fe como un sentimiento « nacido en las profundidades de mi mismo » (Juan Pablo II, « No tengáis miedo” Laffont, pág. 39) o como una “experiencia” que no puede ser sino “comunitaria” (Prof. Ratzinger, “La fe cristiana…” pág. 110 y “Principios de teología…” pág.35)

2) Yo profeso la doctrina tradicional y católica del Reinado social de Nuestro Señor Jesucristo, con su consecuencia necesaria de la unión armoniosa de la Iglesia y el Estado, a fin de que la Ley Divina y eclesiástica presida todas las instituciones humanas, por la gloria de Dios y la salvación de las almas; doctrina fundada sobre la Escritura (Is. 55,4; 1 Tim. 6,15) y la Tradición, en particular la encíclica “Quas primas” de Pio XI

Así mismo, yo condeno y rechazo la doctrina liberal del Vaticano II en « Gaudium et spes » (Cap. 4) que proclama la autonomía del Estado en relación a la Iglesia según el falso principio de la libertad religiosa, doctrina que el papa actual ha calificó de “una suerte de contra-Syllabus” y más recientemente en una alocución pública a embajadores, como “un gran progreso de la humanidad” (13-12-2008).

3) Yo profeso la doctrina tradicional y católica del verdadero ecumenismo, es decir, del regreso de las almas extraviadas al único aprisco de Cristo, doctrina fundada en la Escritura (Juan 10, 16; Hechos 2,38) y la tradición constante, en particular la encíclica “Mortalios animos” de Pio XI:

Así mismo, yo condeno y rechazo la doctrina contraria de los hombres de la Iglesia conciliar que enseñan que el ecumenismo de antaño es “obsoleto” (Acuerdos de Balamand, 24-06-1993), que no hay que tratar de “convertir” a los otros (Card. Kasper, 22-01-2001), “Presión” que sería una “forma de proselitismo abusivo” (Juan Pablo II, 31-05-1991) y que “haría renegar a los otros de su propia herencia de fe” (Benedicto XVI, 18-08-2005).

4) Yo profeso la definición tradicional de la Iglesia Católica y Romana cono siendo el Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo, la única Arca de Salvación, a la cual no se puede pertenecer sin el bautismo y la fe; doctrina revelada por Dios (Col. 1,18; Juan 3,5; Mc. 16,16) y transmitida por la Tradición, en particular en la encíclica de Pio XII “Mystici corporis”.

Asimismo, yo condeno y rechazo la doctrina divergente del Vaticano II, que enseña que « La Iglesia de Cristo subsiste en le Iglesia Católica” (L.G. 8) y su explicación hecha por el nuevo catecismo (§ 836), a saber, que “todos los hombres pertenecen a la unidad católica del Pueblo de Dios bajo diversas formas donde están ordenados”.

Además, yo condeno y rechazo la nueva doctrina conciliar (U.R. 3) retomada en el nuevo catecismo (§ 819), según la cual “el Espíritu de Cristo se sirve de Iglesias y comunidades eclesiales (separadas) como medios de salvación”. Porque las falsas religiones no son inspiradas por el Buen Espíritu, sino por el Maligno (Sal. 95,5; 1 Cor. 10,20; Ap. 2,9)

5) Yo profeso la doctrina tradicional y católica de la substitución de la nueva Alianza a la antigua Alianza, esta última siendo por lo mismo revocada, como lo afirma explícitamente la Palabra de Dios (2 Cor. 3, 14; Heb. 8,13) y la Tradición, como por ejemplo la bula « Hebraeorum gens » de San Pio V (1569).Esta creencia tradicional, debe entenderse en el sentido de que la religión judía ha sido revocada por Dios, pero sin excluir que los israelitas puedan convertirse a Él, individualmente en el tiempo, y en masa al fin de los tiempos (Rom. 11, 25). 

También condeno y rechazo la doctrina contraria del Vaticano II (Nostra aetate), formulada por Juan Pablo II (17-09-1980) y el nuevo catecismo (§ 121) en este axioma injurioso a Nuestro Señor Jesucristo, divino fundador de la Iglesia de la nueva y eterna Alianza: “La antigua alianza jamás ha sido revocada”.

6) Yo profeso la doctrina tradicional y católica según la cual el infierno existe, y que todos los que mueran en estado de pecado mortal e impenitentes son eternamente condenados, doctrina revelada de Dios (1 Cor. 6,10; Ap. 21,27) y transmitida constantemente por la Tradición, en particular el 2do Concilio de Lyon (1274). Creo también, siguiendo a Nuestro Señor que nos ha revelado que muchos toman la vía ancha que lleva a la perdición (Mt. 7,13 ; Lc. 13,24), revelación confirmada por Nuestra Señora de Fátima, que muchas almas, sobre todo en nuestra época, se condenan y que nos hace orar y hacer penitencia para contribuir a su salvación.

También condeno y rechazo la teoría contraria, según la cual el infierno existe pero que está vacío (Urs Von Balthazar, citado por Juan Pablo II en “Entrando al umbral de la esperanza” pág. 200), o que el juicio y la condenación evocadas por el Evangelio no conciernen mas que a Satanás y sus ángeles caídos (Juan Pablo II, Encíclica Dominum vivificantem, 18-05-1986, n° 27-28), o que el infierno no alberga mas que a “ciertos personajes de nuestra historia” (Benedicto XVI, Encíclica Spe salvi, 30-11-2007, n°45).

7) En fin, como sería muy fastidioso enumerar todos los graves errores posconciliares perpetrados, alentados o avalados por los hombres de Iglesia en el poder, siguiendo a Monseñor Lefebvre y otros obispos y sacerdotes que permanecieron fieles a la Iglesia de siempre, yo condeno y rechazo todas y cada una de las teorías y prácticas que demuelen poco a poco la fe en las almas, en el dominio no solamente doctrinal sino también moral (La inversión de los fines del matrimonio para legitimar las decenas de miles de anulaciones de matrimonio por año), litúrgico (la nueva misa urdida junto a seis pastores protestantes), canónico (Monseñor Lefebvre dijo que ellos destruyen la Iglesia con las leyes fundamentales inspiradas por el modernismo del nuevo Código canónico de 1983 ; Fideliter n° 55 p. 9), ecuménico (Asís, Juan Pablo II besando el Corán el 14-05-1999, Benedicto XVI haciéndose bendecir por un rabino el 11-05-2007), bíblico (exégesis hipercrítica, nueva biblia de traducción ecuménica), sacramental (ya no hay genuflexión delante del Santísimo Sacramento, lo que disminuye la fe hacia la presencia real), etc.… teorías y prácticas que condeno y por lo tanto rechazo, en toda la medida en que son contrarias al espíritu de la Iglesia Católica, injuriosas a Dios y escandalosas a las almas.

EN CONCLUSIÓN

Debo precisar que si condeno todas estas novedades malsanas y más o menos heréticas, no tengo intención de poner en causa la función, la autoridad y el respeto de los Pastores incriminados, no teniendo ninguna competencia para juzgar sus personas, y rezo también por ellos, el Papa y los obispos, como responsables delante de Dios de nuestras almas sobre las cuales tienen jurisdicción ordinaria. Pero con San Pablo, Santo Tomás de Aquino y San Roberto Belarmino, yo estimo en conciencia que si estas autoridades llevan daño a la Iglesia en la Fe; no solamente está permitido, sino que es un deber el resistirles a la cara diciéndoles públicamente que ellas no caminan más según el Evangelio, y desobedecerlas en todo lo que ellas quieran imponernos de contrario a Dios.

Considerando que esta Fe, de la cual estoy orgulloso, es un puro don de Dios recibido sin mérito de mi parte; considerando la historia de la Iglesia y las lamentables caídas de numerosos clérigos más sabios, más fervientes y más prudentes que yo; considerando en fin mis debilidades pasadas, la apostasía actual y las persecuciones futuras, yo no puedo mas que pedirles e implorarles, muy queridos fieles, de rezar también por mí, a fin de que no solamente yo persevere en esta fe católica y romana que acabo de profesar de nuevo, sino también, y aún más, en la caridad, porque “si yo tuviera la plenitud de la fe hasta mover montañas, si no tengo la caridad, no soy nada” (1 Cor. 13,2); pidan también para que yo pueda cumplir lo mejor posible mi deber sacerdotal hacia Dios y las almas, cooperando aunque sea poco al Reinado de Dios aquí abajo, esperando el triunfo final de los Santísimos Corazones de Jesús y de María.